La Deliberación y sus Sesgos, Conferencia del Dr. Diego Gracia
El 1 de agosto se realizó la décima Sesión Ordinaria del año 2018, en la que participó el Dr. Diego Gracia, quien fue también el invitado especial al VIII Seminario de Bioética realizado el 30 de julio. Los invitamos a leer un resumen de la conferencia del Dr. Gracia, la que se tituló La deliberación y sus sesgos.
La deliberación es un procedimiento de toma de decisiones prácticas. No tiene que ver directamente con la ética sino con la lógica. El problema lógico es cómo tomar esas decisiones de modo correcto. Y la tesis que, siguiendo a su maestro Sócrates puso en circulación Aristóteles, es que la lógica del razonamiento práctico es deliberativa. Esto significa que no hay otro modo lógicamente correcto de tomar decisiones prácticas que éste.
¿Sigue conservando vigencia esta tesis aristotélica? La respuesta no sólo tiene que ser afirmativa, sino que debe ir acompañada de una constatación histórica tan sorprendente como cierta: que es en estas últimas décadas cuando se ha redescubierto todo el potencial que llevaba en su interior esa doctrina aristotélica. Abramos un libro por demás celebrado en estos últimos años, el de Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio. Ya en la Introducción afirma que “las argumentaciones de este libro tratan de los sesgos de intuición”. Para los psicólogos está claro que el término intuición tiene un sentido más elemental o menos técnico que el usual en filosofía. Por intuitivo entienden lo directo, espontáneo e inmediato, es decir, lo que Kahneman llama el “pensar rápido”. Y la tesis a la que él y su amigo Amos Tversky llegaron ya en su primer encuentro en 1969, fue que “nuestras intuiciones son deficientes” y están llenas de “sesgos”. La consecuencia es que ambos “pasaron varios años estudiando y documentando en varias tareas los sesgos del pensamiento intuitivo”. Tras lo cual publicaron el año 1974 en la revista Science un artículo titulado Judgment Under Uncertainty: Heuristics and Biases. Era una carga de profundidad puesta bajo el imponente edificio de la Decision Making Theory, el paradigma imperante para la toma de decisiones prácticas en el periodo comprendido entre 1940 y 1970. Se pensaba que esta era la lógica de la toma de decisiones correcta, y que las emociones eran las causantes de los errores decisorios. Se partía del “supuesto dogmático, entonces predominante, de que la mente humana es racional y lógica”. Pues bien, ahora empezaba a verse que eso no era así. Que los seres humanos no tomamos decisiones de acuerdo con los principios y criterios de la teoría de la elección racional, y que los sesgos hay que situarlos en otro plano.
Todo esto se halla relacionado con un tema que sorprende el poco interés que ha suscitado en los pensadores a lo largo de los siglos. Se trata de la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre, el judgment under uncertainty, del artículo de Kahneman y Tversky. Tradicionalmente se ha considerado la incertidumbre algo así como una anomalía, ya que lo normal es tomar decisiones ciertas. Tan es esto así, que toda la tradición ha primado de entre los libros lógicos de Aristóteles, los Analíticos, aquellos que se ocupan del razonamiento apodíctico, en detrimento de los Tópicos, cuyo objeto de estudio son los razonamientos que Aristóteles llamó dialécticos, es decir, los que hoy denominamos probables o inciertos. Y lo más sorprendente ha sido advertir que, a diferencia de lo que hicieron sus secuaces, el propio Aristóteles concedió mucha mayor importancia a éstos que a los otros.
De singularibus non est scientia, reza un conocido apotegma escolástico. No hay ciencia de lo particular. Por ciencia se entendía entonces el saber apodíctico, por tanto universal y cierto, sobre algo. Y es obvio que el razonamiento particular no cumple ni puede cumplir con esas condiciones. De lo que se deduce que el razonamiento particular es siempre probable, y la lógica que cabe aplicarle no es otra que la dialéctica. Su término no es la “verdad” (alétheia) sino la “opinión” (dóxa). El teorema de Pitágoras es verdadero, y sobre él no cabe discusión posible. Se puede explicar, pero no discutir. En el razonamiento dialéctico, por el contrario, se utilizan argumentos, pero no apodícticos o demostrativos (el teorema de Pitágoras puede demostrarse) sino otros que no pasan de ser plausibles y que llamamos “opiniones”. En las sesiones clínicas de los servicios hospitalarios, los médicos discuten y dan sus diferentes opiniones a propósito del diagnóstico, el pronóstico o el tratamiento de un enfermo particular. ¿Con qué objetivo? Con el de tomar una decisión que nunca podrá considerarse absolutamente verdadera, sino sólo ponderada, razonable, prudente, sabia o responsable. Esto es lo típico del razonamiento dialéctico y por eso Aristóteles lo denominó así, porque el contraste de opiniones disminuye sus sesgos. Cuando se manejan opiniones, es importante incrementar el número de puntos de vista distintos e incluso opuestos, a fin de que la decisión que se tome sea más “prudente”. Y ello no puede hacerse más que dialogando. Pues bien, al procedimiento propio del razonar dialéctico lo llamó Aristóteles “deliberación”. Y su término es la “prudencia”, la toma de decisiones prudentes. Decisiones prudentes no son decisiones ciertas. Sobre “la inconmensurabilidad de la diagonal y el lado, dice Aristóteles, no se delibera. Se delibera sobre aquello que puede ser de otra manera”. Y añade que “en las cuestiones importantes nos dejamos aconsejar de otros”. A eso lo llama Aristóteles synbouleúo, deliberar conjuntamente.
Como ya advirtieron Kahneman y Tversky, este es un campo minado, o como ellos prefieren decir, repleto de “sesgos”. El primero es el propio hecho de que los seres humanos seamos alérgicos a la incertidumbre e intentemos siempre evitarla, con procedimientos que las más de las veces son incorrectos. Y por si esto fuera poco, además inconscientes. De ahí nuestra tendencia natural a lo que Kahneman llama el “pensar rápido”. Es un misterio que la mente humana tenga una tendencia casi incoercible a tomar caminos erróneos, incorrectos, equivocados. ¿Qué es deliberación? En última instancia, “pensar despacio”, controlando los sesgos que están siempre al acecho para hacernos tomar decisiones incorrectas.